ESTO ES SIN DUDA UN (NUESTRO) ÁLBUM FAMILIAR
Esto sería algo como invitarles, a que se sentaran a nuestro lado mientras montamos el trípode, cuadramos cámara y probamos micrófono. Mientras cargamos el cuido, cortamos el pasto o preparamos el prontoalivio para los chivos. Este momento del relato es ese momento en el que nos ponemos las botas, nos preparamos para salir, cargamos la moto con lo necesario; en la mochila la cámara, en las piernas el balde, machete en cinto y pantaneras sacudidas. El momento en que hacemos acuerdos sobre a quién vamos a conocer y qué preguntas podríamos hacerles. Sería algo así como sentarnos en la tienda de doña Luz Mary o ir a almorzar en el balcón de Juan Carlos, recibir el café, siempre tibio y amoroso de Nena y Héctor, y escuchar. Quisiera introducirlos, presentarlos, hacer algunas obturaciones, un par de pruebas de luz, mover un poco la silla para arrancar a rodar, apretar los cordones y darle la primera patada a la moto para el esperado arranque.
No sabía si arrancar por contarles sobre sus flores o sobre sus nietos, y entonces recordé una imagen donde Camilo y Sofía corrían uno detrás de la otra por la casa y se pusieron a jugar frente a las flores. Ese día estaba grabando algunas cosas sobre su casa y cuando llevaba unos minutos de filmación de la fachada su correteo comenzó a darle una vida particular a las flores que Luz Mary cuida con tanta devoción. En su casa tiene una tienda donde vende desde aguapanela con queso hasta las pomadas de una de las organizaciones agroecológicas que apoya.

Es la madre de crianza de uno de los jóvenes asesinados en la masacre y su rol como lideresa en la vereda comenzó a constituirse a partir de su participación e interlocución con las instituciones gubernamentales. Se convirtió en el vínculo entre la Fiscalía y la Unidad de Víctimas para gestionar los procesos jurídicos y administrativos para facilitar las ayudas humanitarias y la reparación administrativa de la gente de la vereda. Su lugar de comprensión de la dinámica institucional y administrativa la ha puesto en un lugar incómodo por comprender las dificultades y particularidades del proceso político, pero también en una gran aliada para tender puentes y posibilitar la interlocución con funcionarios del gobierno local y nacional.
Recuerdo una conversación en el porche de su casa, fue ella quien me contó la historia de la escuela de la vereda Las Frías, de la importancia que tuvo alguna vez y el miedo que tenía la gente ahora de entrar, de volver allá. Ha podido conocer lo que ha pasado en varias de las veredas por su trabajo como promotora psico-social del Programa de Atención Psicosocial y Salud Integral a Víctimas (PAPSIVI). Patricia llegó desplazada del municipio de Jamundí a la vereda de Alaska antes de que ocurriera la masacre y tuvo que vivir allí también los hostigamientos de los paramilitares y la masacre que cometieron en 2001.

Es una mujer que está empeñada decididamente en liderar, en “trabajar por las personas de la vereda”, según sus palabras. Ha sido presidenta de la Junta Administradora del Acueducto Comunitario (ACUALASKA), es actualmente la representante legal de la Asociación de mujeres productoras de plantas medicinales, salud y vida (APROPLAM), y candidata a la Junta de Acción Comunal de la vereda. También vende sancocho y fritanga los domingos en la puerta de su casa a los turistas ocasionales que pasan rumbo a los balnearios.
Luego de un par de meses sin subir a la vereda tomé el bus que me llevaba, la primera casa con la que me encontraba era con la de Juan Carlos. Construyó su casa al retornar de Cali luego de su primer desplazamiento, lo llamaron loco por insistir en construirla en un barranco, él dice que necesitaba espacio, que quería poder tener su taller, los cuartos y un espacio para la exposición de sus artesanías. La dibujó mientras vivía cerca de la montaña de Cristo Rey en Cali, allí la soñó y llegó a materializarla en su vereda.
Ese día que llegué estaba en el porche, al lado de la cocina, sentado en un banquito de madera lijando, muy concentrado, una batea que había sacado de una raíz de cedro negro. Al verme, sorprendido por mi llegada, se paró a abrazarme, y me dijo que nos había estado pensando, y seguro me había llamado con tanta concentración en la que andaba con el trabajo del taller. Es artesano, trabaja con las raíces de las maderas fósiles y es heredero de la tradición de canasteros de la vereda de Alaska.

Es padre de cuatro hijas con quienes salió desplazado, junto con su ex-esposa, de la vereda, de allí se fueron para el municipio de Rovira en el Tolima, y posteriormente por cuestiones de seguridad se fueron también de allí a vivir a Cali. Su vida en la ciudad, por falta de trabajo y condiciones de apoyo en torno a las redes de solidaridad que podrían tejerse con la familia y amigos comenzó a tornarse cada vez más precaria. Estas condiciones de vida le hicieron tomar una decisión sobre su retorno. Si bien volver fue una decisión que lo hizo profundamente feliz fue una determinación que le costó la ruptura con su pareja, viviendo con sus 4 hijos en la vereda. Hoy su casa tiene un mirador que construyó sobre la cocina para que los visitantes del restaurante que montó puedan ver un par de palmas de cera que están en la cañada del río, atrás de su casa. Dice él que a estas palmas llegan unos pájaros que se llaman Coclís, que son los que anuncian el tiempo de cosecha, para comer el fruto de esta palma.
Su casa en muchos sentidos fue mi refugio, desde allí comencé a entender las redes de solidaridad que se van tejiendo de nuevo en la vereda. Tenía siempre la puerta abierta para visitantes y amigos, y era allí donde solían dejarse los encargos que subía el bus. Un vaso de café caliente o un plato de comida están siempre a disposición de quien llegue. Nena y Héctor volvieron a la vereda a vivir en esta casa, en frente de la plaza central de la vereda, sin terminarla. Se fueron para la Tebaida, Quindío, luego de su último desplazamiento en el 2001, meses antes de que ocurriera la masacre. Antes de irse vivían en la finca de su padre, Aguabonita, lugar donde tenía sus cultivos y sus animales. Héctor es agricultor, su proyecto personal es todavía recuperar la cementera con la que se criaron él y sus siete hermanos. En la finca tenía cultivos de pancoger y principalmente se dedica a la actividad pecuaria, cultivando ganado y cerdos para comercializar la carne.

Hizo parte de la fundación del grupo de Raíces Campesinas y perteneció a la Juventud Trabajadora de Colombia, dos organizaciones importantes para el movimiento campesino en la zona. Su primer desplazamiento lo vivió por hostigamientos a finales la década de 1980 por parte de los organismos de seguridad del Estado y grupos paramilitares en una campaña de persecución a los movimientos sociales de entonces. Hoy, luego de su retorno a la vereda, hace parte de la Fundación Renacer Campo Alegre (FRECA) con un grupo de campesinos y campesinas de la vereda de Alaska. Desde allí quieren articular esfuerzos para generar proyectos colectivos y fortalecer los individuales.
Estábamos sentadas, el equipo completo detrás de la cámara, escuchando la elocuencia de Blanca para hacer el análisis de la región, lo que han tenido que pasar y las claridades políticas y organizativas de lo que sigue. Tiene una mirada muy aguda y silenciosa que seguramente heredó de su madre, doña Inés. Blanca se crio en la vereda junto a su madre en el sector de Campo Alegre, logró graduarse de química en la Universidad del Valle, donde trabaja hoy como profesora, y mantiene su proyecto productivo con su esposo y tres hijas.

Hace parte de la Junta Directiva de FRECA, y en torno a esta organización posibilitan y fortalecen un proyecto de producción agroecológica de huevos, queso, frutas, mora principalmente, y café. Viven en Cali y su conexión con la ciudad posibilita vínculos que aportan al desarrollo de la Fundación, pero también genera retos en términos organizativos para la gestión de los tiempos de participación en las decisiones.
Lo primero que uno debería recordar de Héctor, sin duda, son sus manos, lo segundo su sonrisa. Manos de agricultor, de tejedor, manos que limpian, siembran, enseñan, cosechan y construyen su propia esperanza y terquedad. Recuerdo un plano (fotográfico) que hicimos para el documental que grabamos con algunos pobladores de la vereda, en él Héctor posaba sonriente para la cámara mientras sostenía una flor amarilla de su huerta, la soltaba, y acariciaba unas vainas de fríjol que colgaban al lado de esta flor; no las sostenía, no las agarraba, no las mostraba, no, las acariciaba. Dice ser capaz, con toda la razón y la experiencia que lo avala, de poner a producir la tierra que sea. Son manos prodigiosas llenas de vida y un corazón con una sabiduría especial para entender la tierra, los ciclos de siembra y las semillas, y más que una gran elocuencia para enseñar, tiene una energía y una intuición particular para este acto.

Es uno de los herederos de la tradición de los canasteros de Alaska, quienes hace unos setenta años producían las canastas de mimbre y bejuco que usaban, por ejemplo, en el Eje Cafetero para recoger el café. Tradición desplazada por el recipiente de plástico que se usa hoy en día. Con esta técnica de tejido de canastas tejió las barandas, las puertas, las paredes, el techo interno y las divisiones de su casa, las cortinas las hizo con tapas de gaseosa y tiene en su fachada una pequeña huerta de flores cuyas macetas hizo con botellas recicladas de plástico. Lo apodaron Araña, no precisamente por su habilidad para tejer, sino por su pericia para escaparse de la muerte en el momento en que los paramilitares escogieron a sus víctimas. Él fue uno de los seleccionados y el único que logró salir vivo.
La primera frase que nos dijo al arrancar nuestra primera entrevista con él fue “Lo que hace que yo he estado aquí, ha estado todo en violencia”, en principio asumimos que el “aquí” se refería a la vereda, sin embargo el relato que siguió de esta frase, referenciaba su primer desplazamiento de Restrepo a la vereda de Alaska en la época de la Violencia, y luego la dinámica de persecución de liberales en la zona, la violencia de la Colonia Penal con los presos, las guerrillas que llegaron y los paramilitares que lo hicieron desplazarse la última vez. De todo esto hay una cosa que deja clara y es que están como están ahora, empobrecidos y sin muchas alternativas de desarrollo económico, no porque no les guste trabajar, sino por culpa de la violencia en el país, porque todo lo que iba consiguiendo le tocó botarlo andando, dice.

Es el hombre más viejo de la vereda, cascarrabias, obstinado y directo, un campesino agricultor que retornó a la vereda para producir sábila como una alternativa productiva para salir adelante. Sin embargo, pese a la inversión y el trabajo dedicado, las redes de comercialización han imposibilitado su salida, cuestión que tiene parado el proyecto. Es uno de los maestros canasteros de la vereda, ese es su machete ahora, aprovechar la subida de turistas que puedan apreciar la elaboración de su trabajo y se enamoren de un centro de mesa de mimbre, una canasta de bejuco o tal vez manden a hacer un trabajito que quieran que los artesanos elaboren.
Una de las historias que queríamos contar sobre Mesías fue cuando después de la masacre, mientras que nadie quería subir hasta la vereda y los funcionarios renunciaron, decidió quedarse en el colegio como su guardián y terminó siendo uno de los profesores de agricultura de los niños que insistían en ir a la escuela. Cuando caminábamos por el colegio nos mostraba el lugar donde sembraba la caña, las cocheras donde mantenían a los cerdos y las plazas donde tenían el maíz, ahora ve que la educación agropecuaria del colegio ha desmejorado mucho, y que la educación rural lo que está buscando es llevarse a los muchachos para la ciudad, dice que es necesario volver a la educación campesina.

Pese a que era esta la historia que queríamos contar, el día en que íbamos a grabar su relato nos dijo que no, que él quería contarnos lo que habían vivido allí cuando llegaron los señores paramilitares, que aunque se demorara un poquito más de lo que teníamos pensado, que quería arrancar por allí. Esto para nosotras marcó un momento de ruptura frente a la negación de relatar pública y abiertamente la masacre, no es que no se hubiera hecho antes, ni que fuera la primera vez que se registrara ante una cámara esta historia, sino que había cierta resistencia a visibilizar y contar este territorio desde esa marca que significó para los pobladores y que al mismo tiempo se ha convertido en un lugar común para tantas investigaciones, o banalizado e instrumentalizado desde la prensa local. Lo vivimos además como un espacio de reflexión y terapia para él, buscando que la gente pudiera acercarse a ese hecho desde otro lugar, relatando su experiencia personal y sus conversaciones con la gente y posteriormente con los militares que llegaron a indagar por lo sucedido un día después.

Mesías es agricultor, ha vivido en varias veredas de la zona y principalmente cultivaba pancoger y frutas para comercializar. Cada semana bajaba a vender en el mercado campesino de la Plaza de la Revolución en Buga y lo que le quedaba lo ofrecía en su moto en las casas que quedan sobre la vía que va hacia las veredas. Cultivó moras en la zona alta, en el corregimiento de Buenos Aires, y vivió allá durante cuatro años, pero una plaga acabó con su producción y las deudas que había adquirido para poder sembrar le obligaron a vender su casa y su parcela. Hoy construye “El Remanso de Mesi”, un lugar donde quiere poner una pequeña cabaña y unas hamacas para que algunas personas puedan disfrutar de un buen almuerzo y un rato agradable al lado del río.